La ira puede provocar trastornos cardíacos. Más de treinta
años de investigación han demostrado que la ira suele ir acompañada de
trastornos cardiovasculares. Aunque nuestra ira no nos haya producido daños
graves aún, sus efectos nocivos podrían estar incubándose en este mismo
momento.
Se ha preguntado alguna vez ¿Qué ocurre en nuestro cuerpo cuando nos
enfadamos? Hay cambios fisiológicos como el incremento en la tensión muscular,
el ritmo cardíaco y respiratorio y el metabolismo, por ejemplo, nos ayudan a
prepararnos para la acción cuando estamos enojados.
La
adrenalina afluye a nuestro flujo sanguíneo y la sangre llega hasta nuestros
músculos y no es extraño que algunas personas cuando están enojadas, hablen de
la necesidad de golpear lo que consideran blanco de su ira. Sus cuerpos están
preparados para hacer exactamente eso.
Así pues,
la ira nos puede ayudar a enfrentarnos a cualquier cosa que amenace nuestra
vida o a cualquier otro tipo de emergencias. Pero no tiene mucho sentido cuando
estamos reaccionando, de manera iracunda, ante alguna de las frustraciones
habituales de la vida cotidiana, es decir: si nos sentimos frustrados
constantemente, si no logramos lo que queremos, estaremos predispuestos a
sentir ira y a desquitarnos con cualquier persona u objeto en el que
depositemos nuestra emoción.
¿Te
enojas rápidamente? Si eres de los que “se prende” en un segundo, de los de
“mecha corta”, ten presente que los aumentos repentinos de la presión sanguínea
que acompañan tu ira, incrementan la fuerza con la que fluye la sangre por tus
arterias. Estos aumentos de flujo sanguíneo suelen debilitar y dañar el fino
revestimiento de las arterias y producir cicatrices o agujeros, si las aterías
se lastiman, puedes ser candidato a padecer enfermedades coronarias.
Además de
un daño físico, existe otro daño igual de importante, una persona iracunda
pierde amistades, genera un ambiente tenso en su trabajo, daña sus relaciones
personales. En ocasiones, hay una tendencia a “desquitar” la frustración
(estrés en muchos casos) con la pareja, ya que una persona iracunda rara vez
razona su actuar, genera un comportamiento agresivo con quien no es la causa de
su enojo. Está por demás mencionar que esto en muchos hogares es causa de
violencia intrafamiliar.
¿Qué gana
uno con enojarse? La respuesta es sencilla: nada. Si vemos, el estar enojado
provoca más daño y tiene más consecuencias negativas para nosotros y quienes
nos rodean. Esto no significa que nunca debemos mostrar enojo, sino que con el
afán de mantenernos sanos física y psicológicamente es mejor regular nuestras
emociones, hablar y no evitar la situación que genera nuestro malestar ya que
evidentemente huir no es la mejor solución, al menos no es la más adaptada
socialmente hablando.
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