Lo primero que vamos a hacer antes de entrar de lleno en la
definición de bálsamo es conocer su origen etimológico. En este caso podemos
decir que es una palabra que deriva del griego, exactamente de “balsamon”, que
era el nombre que se le daba a un árbol cuya resina tenía un aroma realmente
agradable.
El concepto se utiliza para nombrar a la sustancia obtenida de algunos árboles que se
caracteriza por su aroma.
Los bálsamos, apenas salen del árbol,
presentan una tonalidad casi traslúcida y son líquidos. Cuando entran en
contacto con la atmósfera, adquieren un color más oscuro y se espesan.
También se denomina bálsamo a las plantas de distintos grupos
familiares que albergan este tipo de sustancias y a los medicamentos hechos con elementos
aromáticos que se utilizan a modo de remedio.
Por lo general un bálsamo se compone de resina, éster, alcohol y ácido. De acuerdo a qué
sustancia predomina en su composición, cambia su nivel de viscosidad y su
color. Su uso más habitual es como aromatizante, aunque
también se utilizan en ciertos rituales.
En el Antiguo Egipto, por ejemplo, era
habitual que a las momias se les añadan bálsamos en el marco del desarrollo de
la momificación. Por eso el proceso también se conoce como embalsamamiento.
El bálsamo de Judea, también
llamado bálsamo de la Meca, es
uno de los tantos bálsamos existentes. Se obtiene de la planta Commiphora gileadensis,
presenta un color amarillento y se destaca por su olor intenso.
Dentro del ámbito cultural hay que destacar que existe un
bálsamo muy conocido. Nos estamos refiriendo al bálsamo de Fierabrás. Un
bálsamo milagroso y muy curativo que es mencionado en numerosas ocasiones por
el personaje de Don Quijote en la novela del mismo nombre escrita por Miguel de
Cervantes Saavedra.
Se trataba de un bálsamo capaz de curar todo tipo de heridas
y de dolencias y tiene su origen en una figura legendaria. Nos estamos
refiriendo al caballero de la época carolingia Fierabrás. Este era el hijo de
un rey sarraceno que se convirtió al cristianismo y que, según la leyenda,
encontró en Roma un bálsamo muy poderoso.
Decimos muy poderoso porque el mismo, que parece ser fue el
empleado para llevar a cabo el embalsamado del cadáver de Jesucristo, contaba
con unas propiedades milagrosas.
Don Quijote hace mención a ese brebaje, como hemos citado en
varias ocasiones. En una de ellas llega a afirmar que sabe perfectamente cómo
se consigue elaborar el mismo. Así, le relata a su fiel escudero Sancho Panza
que se prepara a base de romero, vino, sal e incluso aceite. De ahí que le pida
que lo elabore para curar las heridas que ha sufrido en un combate.
Cabe destacar que la noción de bálsamo también se emplea de
modo simbólico para nombrar a un desahogo, paliativo o consuelo: “Conseguir una victoria sería un bálsamo para nosotros”, “El dolor
físico lo acompañará toda la vida, pero con la religión podemos ofrecerle un
bálsamo espiritual”, “Haber descubierto lo que pasó con mi padre fue un bálsamo para
mí”.
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