miércoles, 6 de febrero de 2019

Ser Como Un Bálsamo


Lo primero que vamos a hacer antes de entrar de lleno en la definición de bálsamo es conocer su origen etimológico. En este caso podemos decir que es una palabra que deriva del griego, exactamente de “balsamon”, que era el nombre que se le daba a un árbol cuya resina tenía un aroma realmente agradable.

El concepto se utiliza para nombrar a la sustancia obtenida de algunos árboles que se caracteriza por su aroma.

Los bálsamos, apenas salen del árbol, presentan una tonalidad casi traslúcida y son líquidos. Cuando entran en contacto con la atmósfera, adquieren un color más oscuro y se espesan.

También se denomina bálsamo a las plantas de distintos grupos familiares que albergan este tipo de sustancias y a los medicamentos hechos con elementos aromáticos que se utilizan a modo de remedio.

Por lo general un bálsamo se compone de resina, éster, alcohol y ácido. De acuerdo a qué sustancia predomina en su composición, cambia su nivel de viscosidad y su color. Su uso más habitual es como aromatizante, aunque también se utilizan en ciertos rituales.

En el Antiguo Egipto, por ejemplo, era habitual que a las momias se les añadan bálsamos en el marco del desarrollo de la momificación. Por eso el proceso también se conoce como embalsamamiento.

El bálsamo de Judea, también llamado bálsamo de la Meca, es uno de los tantos bálsamos existentes. Se obtiene de la planta Commiphora gileadensis, presenta un color amarillento y se destaca por su olor intenso.

Dentro del ámbito cultural hay que destacar que existe un bálsamo muy conocido. Nos estamos refiriendo al bálsamo de Fierabrás. Un bálsamo milagroso y muy curativo que es mencionado en numerosas ocasiones por el personaje de Don Quijote en la novela del mismo nombre escrita por Miguel de Cervantes Saavedra.

Se trataba de un bálsamo capaz de curar todo tipo de heridas y de dolencias y tiene su origen en una figura legendaria. Nos estamos refiriendo al caballero de la época carolingia Fierabrás. Este era el hijo de un rey sarraceno que se convirtió al cristianismo y que, según la leyenda, encontró en Roma un bálsamo muy poderoso.

Decimos muy poderoso porque el mismo, que parece ser fue el empleado para llevar a cabo el embalsamado del cadáver de Jesucristo, contaba con unas propiedades milagrosas.

Don Quijote hace mención a ese brebaje, como hemos citado en varias ocasiones. En una de ellas llega a afirmar que sabe perfectamente cómo se consigue elaborar el mismo. Así, le relata a su fiel escudero Sancho Panza que se prepara a base de romero, vino, sal e incluso aceite. De ahí que le pida que lo elabore para curar las heridas que ha sufrido en un combate.


Cabe destacar que la noción de bálsamo también se emplea de modo simbólico para nombrar a un desahogo, paliativo o consuelo: Conseguir una victoria sería un bálsamo para nosotros”, “El dolor físico lo acompañará toda la vida, pero con la religión podemos ofrecerle un bálsamo espiritual”, “Haber descubierto lo que pasó con mi padre fue un bálsamo para mí”.

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