Raras vez aprovechamos el momento presente, dejamos los
pensamientos perturbadores a un lado e intentamos sacar el máximo jugo a que lo
que está ocurriendo aquí y ahora.
Postergamos nuestros sueños, soportamos demasiadas cosas,
dejamos de ser quien realmente somos por miedo a
los pensamientos de nuestro entorno, a vernos aislados, a sentirnos inferiores…
Esta manera de vivir encierra la ilusión de permanencia o el creer que la vida es
eterna y que todo se mantendrá estable.
Este concepto está estrechamente ligado al apego: esa necesidad de
estar en continuo contacto con algo o alguien. La persona
apegada piensa que su objeto de apego le da sentido a su vida y que sin él,
sería imposible ser feliz.
Cuando nos aferramos a algo de esta forma, acabamos siendo
desgraciados ya que, antes o después, aquello a lo que estamos apegados acabará
desapareciendo y entonces sufriremos. Ser conscientes de que
todo es efímero, y que por lo tanto crear un apego profundamente dependiente no
tiene ninguna funcionalidad, nos hará personas mucho más libres.
La ilusión de permanencia promueve el sufrimiento
Pensar que todo se mantendrá igual que siempre, que nuestra vida
jamás cambiará: seguiremos siempre con la misma pareja, el
mismo trabajo, la misma salud, etc, es un concepto tan irrealista como
creer que los cerdos vuelan.
Está bien confiar en lo que tenemos ahora y no castigarnos
con pensamientos ansiógenos, pues estos pensamientos tampoco nos servirán para
evitar lo que tenga que ocurrir. Sin embargo, aunque confiemos en la vida
que llevamos, no es una
buena opción ignorar el conjunto de fuerzas que actúan sobre nosotros y que
producen cambios constantes. Hoy tu vida es de una manera,
pero mañana quizás todo puede cambiar sin que apenas te haya dado tiempo a
parpadear.
O quizás no cambia todo, pero sí algunos aspectos que tu
creías que te hacían feliz y como estabas apegados a ellos y pensabas
necesitarlos, acabas sufriendo.
Buda decía que nadie puede
escapar de los tres mensajeros divinos: la enfermedad, la vejez y la muerte. Aceptar
que esta es la auténtica realidad es la puerta de entrada al sosiego y la de
salida del sufrimiento. Tengamos lo que tengamos, poseamos lo que poseamos,
llegará un momento en el que dejará de pertenecernos.
Este concepto, en lugar de deprimirnos, tiene que
alegrarnos. Piensa que cuando
aceptamos lo inevitable, lo que no podemos directamente controlar, nos sentimos
libres para desprendernos
de la responsabilidad ficticia con la que hemos cargado.
Ser conscientes de que no hay nada a lo que aferrarse
Si logramos interiorizar que la idea de eternidad es falsa y
que todo lo que existe es efímero,
seremos capaces de llevar una vida más auténtica y saludable. El realismo puede
doler en un principio, pero cuando lo aceptamos de forma profunda, se torna
tremendamente saludable.
Cuando nos damos cuenta de que lo que nace, acaba muriendo,
de que lo compuesto se descompone y de que todo principio tiene un final, es
mucho más fácil no aferrarse a ello y acabar haciéndonos daño a nosotros
mismos. ¿Qué sentido tiene apegarme a algo que se que más tarde o más temprano
voy a perder?
Es por ello que de nada sirve
aferrarse a una pareja, ni a un estatus, ni al dinero, ni siquiera a nuestra
propia salud. Ya sea por circunstancias de la vida
incontrolables o por alguno de esos tres mensajeros divinos sobre los que Buda hablaba, vamos a acabar
perdiéndolo.
Y eso está bien. Así es el mundo desde el principio de los
tiempos. Esta manera
de enfocar la existencia nos libera de las falsas necesidades, y
por ende del sufrimiento que implica pensar que podemos perder algo que creemos
necesitar o bien malgastar uno de nuestros más preciados bienes: el tiempo.
Por lo tanto, comienza a vivir una vida libre de apegos
dependientes. Si te apegas de esta manera, estarás queriendo evitar el
sufrimiento, cuando en realidad el propio apego te proveerá de más sufrimiento.
Comienza a ver lo que te rodea como estados de equilibrio fugaces
que algún día cambiarán por completo. Esta es quizás la mejor
razón para que disfrutemos de estos estados y de las personas que
participan de ellos. No los necesitas para que tu corazón siga latiendo, pero
tenerlos en tu vida la hace más agradable y reconfortante. Precisamente, quizás
por eso, presente es sinónimo de regalo.
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