Lo que nos encontramos cuando hablamos
de razón humana es la vastedad de la obra y del espíritu del ser humano y la
grandeza del pensamiento no estrictamente emocional. Y con esos mimbres
trazamos nada más y nada menos que el mundo.
Percibimos que la vida es sangre, sudor
y lágrimas. Sentimos que nuestras vidas son efímeras, en primer lugar, pero
también sujetas a derrotas, desvaríos y desvanecimientos. Nada nos puede
consolar, en estos términos, salvo la razón.
El uso abundante o parco de la razón en
nuestras relaciones con los demás y con nosotros mismos. La razón como elemento
fundante de las construcciones que elaboremos en el mundo. Y también como
criterio para la crítica y refutación.
Sabemos nadar y guardar la ropa, eso lo
hacemos maravillosamente. Pero la razón nos indica que hay que saber nadar, por
un lado y hasta bucear en las profundidades y desazones de la mente.
La seguridad del ser humano en su
propia vida y fundamentos se basa, actualmente, en el uso de la razón. Que nos
lleva a dividir y subdividir el mundo para explorarlo y parcelarlo y roturarlo
mejor.
Los usos de la razón son los fulgores
de una esperanza viva y fundamentada en el pasado, pues ya lleva la razón
instalada entre nosotros un tiempo suficiente para haber dejado poso y sazón.
Los valores de la razón son ante todo
los del espíritu humano transido de bondad. En efecto, la razón es siempre
magnánima y ecuánime, y en el justo término se halla siempre ínsita la bondad.
La razón no sirve a muchos amos, sirve
al hombre y la mujer para lograr salvar lo que de mayor calidad y calidez se
contiene en sus pechos y sus corazones. La emoción que tiñe a la razón es de
carácter amable y sonriente.
Uno de los mayores logros de la razón
ha sido volver a la emoción razonable. Lejos de mandoblazos y puñales sutiles
que todo lo envenenan, la razón con el tiempo ha ido tejiendo una red que
permite contener y sujetar a la emoción.
Al tiempo que la deja expresarse en
plena libertad, paradoja esta que es útil recordar para aviso de entendidos y
sostén de avisados. Así la razón no constriñe a la emoción sino que la dota de
una red que la mantiene firme y sujeta, de algún modo, a la realidad.
Porque la razón se ha mostrado ser el
modo más fiel y prístino de sujeción a la realidad de las cosas. La realidad es
otra, en efecto, desde que la razón está con nosotros. Ayudando a depurar la
percepción y sensibilidad con que nos acercamos a ella.
¿La realidad es razonable? Sólo podemos
afirmar que la realidad se deja amoldar a la razón siempre que esta se acerque
a ella con tiento, cuidado y una cierta forma de cariño que le deja traslucir
el ojo de la verdad.
Pues, ¿qué será la verdad sino la razón
en acto? Confiadamente, como nos ha demostrado la razón en la historia, podemos
afirmarlo alto y con rotundidad. La razón es el mejor contenedor de la verdad.
Ello se debe, quizá, a la circularidad
de la razón, que es razón porque se aplica al mundo y el mundo se vuelve
razonable porque, ¿hay razón en él? Evidentemente, sí. La razón surgió del
mundo en un afán de devolverle el mundo que ya contenía.
Porque el truco de la razón es que
desde su más remoto inicio, fue ya universal. Allá en la costa del Asia Menor o
donde fuera que diese las primeras boqueadas ya se manifestaba una y firmemente
una con la totalidad del mundo.
La razón es vida y afecto y está
transida de emoción. Porque si no es una con el hombre no puede ser. Y como no
puede dejar de ser una vez surgida a la luz, se acopla como un guante a todo lo
que del hombre pueda saber.
Esto es, cualquier razonamiento brota
de una emoción, la que embargase al ser humano que lo emitiese, y se dirige a
una o diversas emociones, a las que suele aplacar y domar y mimar, todo al
tiempo.
Insisto en que no hay razonamientos
puros, en formol, sino que siempre responden a una situación y coordenadas
humanas concretas. Aunque no lo trasluzcan en su contenido y estructura
aparentes, un análisis más sosegado y cercano al hombre lo demostraría.
La cuestión práctica es, ¿qué nos
importa el hombre que está detrás del razonamiento con sus sentimientos,
sensibilidad y emociones? Y muy cierto es ello. ¿Qué nos importa? A efectos
prácticos, nada.
Pues la razón se expresa con un
lenguaje propio, el de la lógica, que puede manifestarse y desarrollarse en
apariencia independiente de cualquier otro lenguaje humano, fundamentalmente el
de la emoción.
A ello se debe en gran medida el
prestigio histórico de la razón. A su apariencia de independencia, autonomía y
perennidad. Pero yo os repito que todo razonamiento es de raíz emocional, como
no puede dejar de ser humano.
Hasta en sus vertientes de razón
instrumental y práctica, o de razón científica o filosófica podemos rastrear
este componente tan humano como cualquier otro a la postre pero que anda
cabizbajo aparentemente ante la gran fuerza de la razón.
Andaba por esos lares Ortega cuando
acuñó la expresión de la razón histórica y otros muchos caminaron también por
esos andurriales. Herederos de esa tradición no podemos dejar que se marchite o
deje de florecer.
Hoy en día hay una fuerte corriente de
irracionalidad en nuestro mundo, que tiende a desprestigiar a la razón. No sólo
es el irracionalismo sino también todo aquello que pretende separar a la razón,
loada en apariencia, del ser humano concreto.
Así, se tiende a elogiar la emoción o
la poesía como si fuera un caballo de batalla su lucha encarnizada contra los
peones de la razón en movimiento siempre hacia adelante. No lo veo yo así.
Bien es cierto que el único movimiento
posible de la razón en acto sea hacia adelante, comiendo siempre cada vez mayor
terreno al mundo sin desbrozar o roturar. Esto puede dar miedo a algunos.
Pero tenemos que comprender que si la
razón no tiene marcha atrás, so pena de destruir al mundo realmente existente,
ello no obedece a afanes conquistadores o de dominio sobre otras áreas del
proceder humano.
Hemos visto que la razón se amolda como
un guante a la emoción y una pequeña prueba adicional de ello es la crítica del
arte. Que nos invita a ascender a las alturas de la emoción por vías racionales
o argumentativas.
La razón no es nuestro enemigo, además
hay que considerar que somos, constitutivamente, en parte entes razonables. Y
no deberíamos, creo yo, intentar amputar una parte de nuestro cuerpo o
espíritu.
Somos, los hombres y las mujeres de hoy
día, herederos de una larga tradición que se renueva diariamente, en cada uno
de nuestros movimientos mentales y de comportamiento. Es la razón que porta la
antorcha que ilumina la oscuridad.
Porque sigue habiendo oscuridad a
nuestro alrededor y ¿qué otra luz puede iluminar nuestro camino? Una luz que
tenga en cuenta, claro es, las cualidades y claridades más íntimas del ser
humano.
Semejamos a la razón en muchos de nuestros
hábitos y costumbres, no así en muchos otros, el camino todavía es largo hasta
la superación y constitución de la realidad humana tal y como nos indicaron
unos pioneros vacilantes allá en la Antigüedad.
No me cabe duda de que superaremos este
pequeño bache de desprestigio relativo de la razón y volveremos a ser cabales
creyentes en ella y la adoraremos y haremos sacrificios en su honor.
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