Hemos entrado en el siglo XXI, pero las grandes preguntas
formuladas por el Club de Roma siguen sobre la mesa. No hemos resuelto los
conflictos y tensiones entre el mercado y el planeta, ni entre el entorno
medioambiental y el cultural, menos aún la posición del hombre ante un ciclo de
emergencias económicas, sociales e industriales y tecnocientíficas, que exigen
nuevas formas de gestionar la diversidad.
La red no es un mero concepto operativo. Podemos acumular
muchas redes complejas, repletas de información, y sin embargo estar
manteniendo un diálogo autista dentro de una campana habitada por altos
especialistas ajenos a cualquier imperativo humano. Actuando de esta manera
revertimos la modernidad en una forma de barbarie civilizada y artillada de
iconos que celebran tanto en la creciente homogeneización del mundo y las
formas de vida, como en la elevación de la razón técnica y económica al rango
de paradigma de todas las cosas. ¿Puede llamarse a esto progreso? ¿Puede
llamarse conocimiento? ¿Qué clase de mundo están creando quienes actúan a
puerta cerrada bajo las grandes cúpulas macroeconómicas y tecnocientíficas?
Una de las llaves que abren esa puerta se llama software libre. Es un
buen antídoto para moderar la deriva del conocimiento hacia su dimensión
invisible. Pero hay unas cuantas más que se manejan a diario en esa casa sin
puertas —y llena de ventanas— como es el proyecto banqueteándoos y
redes. Interconectando
artistas y científicos, pensadores y altermundistas, tecnólogos y artesanos del
relato, este proceso abierto nos recuerda que la ciudadanía plena en el mundo
de hoy se adquiere cuando uno tiene el derecho, no sólo de acceder a los
legados culturales acumulados, sino también cuando está en condiciones de
incidir y modelar la cultura del contexto en el que habita.
El progreso del conocimiento consiste precisamente en esto.
No en reducirlo a un negociado de sabios puntuales que saben cada vez más sobre
cada vez menos —hasta acabar sabiéndolo todo sobre nada—, sino en el reto de
encontrar una “metáfora poliédrica” que refleje todas las caras de la
complejidad, y llegue a abarcarlas, pese a ser mucho más simple que cada una de
ellas mismas.
Esa metáfora activa e interactiva siempre en busca de sí
misma, ese cruce constante de vectores y terabytes entre artes, ciencias y
cien otros campos del saber y la experimentación, hasta hoy considerados
distantes y aún incompatibles, sí, tal vez sea un poco de todo eso lo que mejor
define el perímetro y la hoja de ruta de banquete_nodos y redes. Ya en su
tercera edición, el concepto de red vuelve a imponerse como la gran metáfora
poliédrica que define, por sí misma, la continuidad de ese proyecto global que
pusieron en pie los situacionistas del Club de Roma.
Sin duda, tal y como lo fue la ciudad en el Renacimiento, hoy
la red constituye el espacio genuino en el que se expresa la diversidad
creativa y deliberativa. Aquél donde la perspectiva de encuentro de todo aquello
que es diferente hace posible el avance del conocimiento y la reflexión
colectiva.
Ahora bien, lo esencial de una red no es sólo su extensión.
Importa mucho su “estado de tensión”. Y éste, conviene no olvidarlo, debiera
ser ese “imperativo humano” al que acabamos de aludir. En este tiempo de
preeminencia económica y tecnológica, tal vez ha llegado el tiempo de pensar
desde el hombre-nodo y para el hombre en red, desde el hombre y para el hombre
en suma, en contraposición a la razón que primaba la innovación por la
innovación, y la razón práctica sobre cualquier cuestionamiento de sus
objetivos.
Está claro que el siglo XXI debe lo esencial de su identidad
a las nuevas tecnologías. Hasta en el viejo mundo del libro se imponen las
novelas cibernéticas, las librerías y bibliotecas virtuales, los autores online y los soportes
electrónicos de lectura. Ya nadie duda de que el ciberespacio y las tecnologías
emergentes estén acelerando la transformación hacia una nueva era cultural.
No
obstante, si carece de una reflexión sobre su sentido, la esencia estructural
de las comunidades culturales online puede ser muy parecida a la de cualquier
poblado de “yanomamis” perdido en una amazónica Edad de Piedra. En ambas
permanece latente una idea de poder que sólo denota signos de evolución cuando
reflexiona sobre sí misma, integra el conocimiento en el procomún, y lo
socializa verdaderamente.
banquete_nodos y redes contribuye a dar
visibilidad a esa nueva generación de científicos y tecnólogos “wikis”, que
trascienden la dimensión hermética de la ciencia, conscientes de que el diálogo
en red, el cruce de relatos y experiencias, implica una forma poderosa de
enriquecimiento social, y humano, donde se dirime la verdadera medida de la
nueva cultura.
El gran debate, hoy, retoma la vieja pregunta sobre los
límites del crecimiento y exige respuestas que trasciendan el imperio del
mercado en todos los órdenes. No sólo en el artístico y el tecnocientífico,
sino también en el más perverso, como es el del propio “marketing de la red”.
Intercambiar ideas es la fase previa a proponer alternativas
para abordar de una manera conjunta, abierta y no dogmática —es decir,
creativa— éste y todos los apasionantes retos del mundo contemporáneo.
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