Efectivamente, hay
personas que están del todo convencidas de que siempre tienen razón, de que
siempre actúan de la mejor manera posible, de que no se equivocan nunca. Como
en aquel conocido chiste del que se mete en la autopista en dirección contraria
y oye la alerta por la radio que avisa de que un conductor enloquecido circula
por la autopista en sentido opuesto: "¡No uno, sino todos!", se grita
a sí mismo, apagando bruscamente la radio.
De un maestro de espiritualidad
aprendí que cuando en alguna ocasión piense que tengo toda la razón del mundo,
es que no tengo razón ninguna. Y ese sabio consejo me ha ayudado a menudo a
intentar ponderar las razones de los demás en cualquier asunto disputado o en
todos aquellos asuntos de alguna importancia en los que sostengan opiniones
diferentes a la mía.
Lamentablemente, en
el espacio político —al menos en el nuestro, que es el que conozco más de
cerca— parece imposible el diálogo racional entre sus protagonistas
principales. Cada partido se presenta como poseedor de la solución de todos los
problemas. Quienes no nos dedicamos a la política pensamos casi siempre que lo
más razonable sería en muchos casos intentar encontrar entre todos las
soluciones a los problemas, tomando quizá lo mejor de cada parte. Si un
político pensara que son razonables las posiciones de los demás partidos e
intentara lograr un consenso, descubriría casi siempre que los partidos,
haciendo honor a su nombre, están hechos para la confrontación y no para el
consenso racional. Son estructuras para lograr el poder parlamentario, pero difícilmente
sirven para gobernar un país.
A este respecto
viene a mi memoria el fino análisis que el antiguo comunista polaco Leszek
Kolakowski lleva a cabo en su ensayo "Partido-religión y partido
instrumento" sobre las dos maneras opuestas de concebir los partidos
políticos. Mientras que un concepto "religioso" de partido lleva a
pensar que el propio partido está en posesión de la verdad, de toda la verdad y
de nada más que la verdad, que dispone de la mejor receta para organizar la
sociedad y que los miembros de los demás partidos son ignorantes estúpidos que
responden a perversos intereses particulares, Kolakowski defiende un concepto
instrumental del partido, pues "la unanimidad —el partido único— no es
deseable en absoluto a causa de la irremediable limitación de los conocimientos
humanos".
Esto es esencial para la vitalidad democrática. "No hay
ninguna inconsecuencia —añade— en apoyar a un partido y, al mismo tiempo, no
desear que arramble con todo y pueda ejercer el poder sin ninguna oposición,
crítica ni control externos. Quienes se creen propietarios exclusivos de la
verdad y sólo como mal menor toleran a los que no piensan igual que ellos son
discípulos de la escuela leninista-estalinista, sea cual fuere la verdad que
enarbolan".
En esta dirección podríamos decir quizá que no somos nosotros
quienes poseemos la verdad, sino que más bien es la verdad la que nos posee a
nosotros.
Cuando alguien se presenta como dueño de la verdad es de ordinario
una señal infalible de que todavía la verdad ni siquiera ha comenzado a
llenarle.
En nuestras vidas
—y también en la vida de las naciones— lo razonable se abre paso siempre de
puntillas, con titubeos. La verdad atrae por su luminosidad, por su intrínseca
claridad, y no por la contundencia con la que se la afirma.
Como escribió G. K.
Chesterton, "loco no es el que ha perdido la razón, sino el que lo ha
perdido todo, todo menos su razón". Por eso, la aparente lucidez de
quienes se creen dueños de la verdad es siempre engañosa.
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