sábado, 2 de marzo de 2019

Mantener El Autocontrol


Esto es lo primero que debes saber: mantener la calma es algo que se aprende. Aunque venimos al mundo con una dotación genética que nos hace más o menos impulsivos, lo natural es que comencemos la vida dejándonos llevar por las emociones y las pasiones. Nuestro lóbulo frontal aún no está totalmente desarrollado.

Si tenemos la fortuna de contar con condiciones favorables para nuestra evolución y desarrollo, vamos aprendiendo que para actuar razonablemente debemos controlar los impulsos. También nos vamos dando cuenta de que si no hay ese autocontrol, terminamos actuando de manera errática y acabamos haciendo o diciendo frases que a la larga nos perjudican.

“La vida es como un viaje por la mar: hay días de calma y días de borrasca; lo importante es ser un buen capitán de nuestro barco”
–Jacinto Benavente–

La mala noticia es que no todos hemos una educación que favorezca el autocontrol; la noticia positiva es que pasada la infancia podemos realizar esta educación nosotros mismos. Una vez que somos conscientes del problema -en nuestro pasado existen numerosos ejemplos de haber metido la pata por precipitación- podemos actuar para corregir esta dinámica.

En este caso, es verdad que estamos introduciendo un factor de represión sobre nuestros impulsos. Entrar en el mundo de la cultura siempre exige una cuota de renuncia a esos apetitos y deseos que van en contra de la convivencia con otros.

Pero en realidad, a quien más le sirve el autocontrol es a nosotros mismos. Nos impide desperdiciar energía emocional inútilmente y nos permite ser más asertivos..

La pérdida de control ocurre cuando se presenta un estímulo estresante. Bajo el rótulo de “estresante” podemos ubicar lo que nos asusta y/o nos amenaza. También aquello que nos cuestiona, nos pone en entredicho o se opone a nuestros deseos.

Si no has cultivado el autocontrol, lo que ocurre con ese tipo de estímulos es que te ponen en una actitud defensiva, que se expresa como agresividad: gritas, gesticulas de manera violenta, empleas lenguaje ofensivo o diseñas un discurso hiriente y también amenazante.


Puedes controlar esos impulsos si logras mantenerte quieto y en silencio unos 20 segundos. Si sientes que te resulta imposible no reaccionar, simplemente ponte de pie y corta con la situación por un instante breve, inspirando y expirando profundamente. Es muy cierto aquello de que “hay que contar hasta diez”. 

A veces, la diferencia entre un gran acierto y un gran error son precisamente esos pocos segundos de ruptura.

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